La
película empieza con dos bebés, Charlie y Carlitos. Son contemporáneos, pero
sus perspectivas son muy distintas. Ocurre que uno –sobra aclarar cuál– es
gringo, y por lo tanto gozará de un estatus económico y una calidad de vida que
para el otro, mexicano. Lo que los une es la tiranía secreta del “sistema”, es
decir, una alianza maligna que incluye a los “grandes corporativos”, los
gobernantes de los países ricos y sus patiños subdesarrollados, unidos en torno
a la causa común de manipular a las masas y trasformarlas en rebaños de
consumidores de mercancías innecesarias, en la carne de cañón de un orden
codicioso que terminará por despersonalizarlos y convertirlos a ellos mismos en
“productos”.Carlitos y Charlie valen, pues, para ejemplificar ese proceso de
cosificación. Siempre según Rubio, a los dos o tres años habrán sido invadidos
psíquicamente por millones de anuncios que habrán moldeado la dócil arcilla de
su cerebro al gusto de los señores del capital, anuncios que, como se sabe,
contienen imágenes imperceptibles que golpean al público en un plano inconsciente.
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